Viajo, luego existo.

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Gold Coast y Byron Bay, surf y paisajes espectaculares

Bueno, ¡por fin llegó! Uno de mis destinos más esperados de todo el viaje. No por el país (hay otros que me llaman más la atención que Australia), ni por el clima, ni por la comida, sino por Denis. Hacía tanto que deseaba ver a mi amiguísimo del alma, que el reencuentro fue uno de aquellos momentos dulces que nunca dejarás escapar de tus recuerdos.

La llegada desde Singapur fue la pera. Viajábamos de noche, eso quería decir que al día siguiente íbamos a ser cadáveres, así que aproveché para dormir lo máximo posible y así disfrutar mi llegada a Australia. Los que me conocéis ya sabeis que soy un poco marmotilla, así que como era de esperar a los 30 minutos ya estaba dormida. Llevaríamos dos horas de viaje, yo estaba en un sueño muy profundo, cuando me despierta Marcio y me dice: Tam, creo que deberías ir a mirar que pasa, es como en las pelis, acaban de pedir por megafonía que si hay un personal sanitario que avise a las azafatas. Yo, con las legañas aún en los ojos, y procesando como a cámara lenta todo lo que me había dicho, me levanto en modo autómata a donde estaban todas las azafatas con el maletín de primeros auxilio y corriendo despavoridas, mientras en mi interior iba pensando que como hubiera pasado algo jodido iba a servir de bien poco en ese estado y con mi inglés de Cuenca. Cuando llegué, había un chico tremendamente alto en el suelo, estaba de un color blanco nuclear. Suerte tuve, que llegaron antes que yo un médico y una enfermera hablando con el chico (supuesto epiléptico), y yo, con toda la alegría del mundo, y tras decirle que cualquier cosa me avisaran me fuí a seguir durmiendo.

Llegamos a las 8 de la mañana a Australia con un calor de perros. El personal del aeropuerto muy majo, resulta que llegamos el 26 de enero (jejeje, vamos con un poco de retraso en el blog como podéis comprobar) y es una fiesta nacional: el día de Australia. Se conmemora la llegada de Arthur Philip a Sydney en 1788. Un poco paradójico que celebren el día de la colonización británica con la consecuente destrucción de la cultura aborígen, pero no seré yo quien los critique.

Después de disfrutar del reencuentro tan dulce con Denis, fuimos a su casa y comimos la ensalada de fruta más rica del mundo. Es lo bonito de tener amigos en la otra parte del mundo, que te quieren, te conocen y hacen cosas que te gustan y te alegran el día. Un poco cansados pero con ganas de aprovechar el día, fuimos a pasar la mañana a Currumbin Creek, cerca del río, donde pudimos ver como los australianos celebraban el día en familia, haciendo barbacoa con los botes de salsas y ketchup más grandes que jamás vi y con alcohol para emborrachar a medio continente.

Después de que Denis fuera a trabajar, pasamos una tarde de relax en la playa, paseamos en una colina hasta que empezó a llover, y dimos un paseo gigante por la playa esperando a que nuestro amigo acabara su jornada de trabajo.

Al día siguiente y con las pilas recargadas, aproveché la mañana para visitar un supermercado, ¡cómo no! Os recomiendo que siempre que viajéis vayáis a visitarlos, es una manera de conocer la cultura del lugar al que vas y nunca dejas de sorprenderte. Denis nos estuvo explicando curiosidades de Australia: una cosa muy divertida que nos dijo es que él vive en el límite entre el estado de Queensland y el de New South Wales, y entre ambos estados hay una diferencia horaria de 1 hora. En su caso, como en el de otros tantos vecinos, vive en un estado y trabaja en otro, así que imaginaros la locura de pensar constantemente en el cambio horario para ir a trabajar, a llevar a tus hijos al colegio, a hacer la compra, etc.

Ese día nos llevó en coche hasta Cabarita Beach, una playa con un desfiladero abrupto y salvaje y a Nimbin, un pueblo donde vive gente extremadamente hippie, aquí te resulta más fácil comprar marihuana que una barra de pan. El camino hasta Nimbin (New South Wales) es espectacular, tuvimos incluso la suerte de ver un par de Wallabies (canguros pequeñitos) a los que por desgracia no os podemos enseñar porque en cuanto bajamos del coche a fotografiarlos salieron por patas.

Marcio aprovechó su estancia para hacer surf con una tabla que le dejó un compañero de Denis. Inocente de mí, fuí a ver si podía hacerle fotos, y con el vientazo que hacía acabé rebozada como una croquetita (nota mental: quedarse en casa es mucho más diver que tragar arena).

Al día siguiente aprovechando que Denis y su pareja Ana (una malagueña apañaísima, simpatiquísima y monísima) tenían fiesta en el trabajo nos fuimos a Byron Bay. Y guau... que acierto tan grande.

Nosotros tuvimos la suerte de que nos llevaron, pero para ir a Byron Bay por tu cuenta puedes alquilar un coche en Gold Coast para un día, te recomiendo que utilices Rentalcars.com para alquilar coche en Gold Coast.

En Byron Bay se respira un buen rollito increíble desde el minuto cero. Cierto es que Ana, que vivió allí un tiempo, nos puso las expectativas muy altas antes de llegar, pero no nos decepecionó en absoluto. Paseamos por la playa, cenamos en un sitio de burguers muy guay, visité un lavabo público que parecía traído del futuro (sólo falto que me limpiara vamos) y tomamos algo en un bareto con música en directo. Pero, sin dudarlo por un segundo, lo más mágico que viví en mi visita a Gold Coast, fue que esa noche dormimos en el faro de Byron Bay. Otro de esos momentos que no podré olvidar jamás. Un cielo minado de estrellas, un faro precioso, un acantilado de infarto y una compañía inmejorable.

No fue la noche más cómoda del mundo, teníamos una esterilla como colchón y a ratos nos llovió un poco y estando a la intemperie eso no mola, pero fue una noche tan especial que no encuentro ni palabras para describirla.

El amanecer fue precioso, veíamos a la gente que subía para verlo, ¡pero nosotros teníamos asiento en primera fila! Después andamos durante un par de horas bordeando la montaña por un paisaje realmente bonito y en los trozos que caminabas cerca del mar, si te fijabas bien, veías a grupos de delfines pasándoselo en grande.

Aprovechando el madrugón fuimos a la playa de Byron Bay, y Denis me enseñó a sentarme en la tabla de surf y no morir en el intento (que nosé si es porque su tabla era muy pequeña o yo muy torpe, pero una cosa de 5 minutos se complicó y acabé tardando más de 30 minutos en conseguirlo). Parece ser que no nos pusimos suficiente protección porque salimos de la playa como cangrejitos, y me acordé de ese error durante los próximos 3 días cada vez que algo o alguien me rozaba, ¡por dios que manera de quemarme!

Con ese par de días tan intensos, volvimos a Gold Coast, donde disfrutamos de una cena a manos del mejor pizzero del mundo (mi amigo Denis, claro) y unas cervecitas con él, Ana y Saioa (una amiga de Ana, vasca, majísima y con la que pasamos buenos ratos). Después de nuestra parada exprés en Gold Coast, sólo 5 días, volvímos a recoger los bártulos para coger un vuelo a nuestro próximo destino: Sydney.

Antes de finalizar me gustaría deleitarme con el recuerdo de las cosas infinitamente buenas que comimos allí. Tener un amigo cocinero implica estos chollos, y estando lejos de casa, comer algo que te recuerde a tu hogar, sinceramente no tiene precio.

Quiero dejar claro que las sensaciones tan bonitas que me dejó mi visita aquí, son en gran parte al hecho de estar tan bien acompañada. Denis, gracias por ser así de bueno conmigo y con todo el que te rodea, por hacerme sentir cerca tuyo aunque nos separen muchos kilómetros, por acogernos como verdaderos reyes en tu casa, y porque aunque te hayas vuelto un poco healthy-freak sigues siendo la misma persona que me enamoró como amigo. Y tú Anita guapa, ¡no sabes lo que disfrutamos con tus súper galletas TimTam! Gracias por contribuir a que nuestra estancia allí tuviera magia, y sigue mostrando esa sonrisa tan linda que tienes.
Os estaremos siempre agradecidos por ese calorcito tan rico que nos disteis, ¡guapos!